Mucho se ha hablado sobre la enfermedad y las emociones, y es que está constatado que las emociones nos enferman.
Si vamos a la raíz de esas emociones y tomamos conciencia, nuestro cuerpo que es sabio y tiene memoria, sanará por sí mismo.
Desde que nos engendraron, ya en el útero, vamos recibiendo inputs a través de las vivencias de nuestra madre. Cuando nacemos en el canal del parto a la salida hacia un nuevo medio, en la relación con nuestros progenitores, con la familia más allegada y la extensa, en la escuela, con los iguales y en general a través de la sociedad y la cultura en la que cada cual está
inmerso, todo ello queda grabado en nuestro inconsciente y va creando nuestro carácter y por ende, todo ello influye en nuestras emociones.


El ser humano precisa de los demás para sobrevivir y esto lo tiene grabado en los genes. Para ello necesita agradar a quién lo tiene que criar. Ello comporta renunciar o amoldarse a situaciones, muchas veces desnaturalizadas, dolorosas y en muchas ocasiones traumáticas.
Desde el momento en que la madre sabe que está embarazada cuenta cómo vive esas emociones, ya sean positivas o negativas. Son las primeras que percibirá el embrión y quedarán grabadas en él. A partir de ese momento y hasta aproximadamente los 12 años, todos los sucesivos impactos quedan impregnados en el inconsciente.


¿Es necesario ir al pasado para sanar el presente?

Para intentar comprender esto, vamos a empezar por explicar muy brevemente lo que sería la evolución del sistema cerebral.
Se podría decir que el ser humano no tiene un cerebro, sino tres. Fundido en una sola estructura, nuestro sistema nervioso central alberga tres subsistemas. Estos son producto de la larga zaga filogenética que lo vincula a la aventura de la vida cuando ésta optó por salir de la seguridad del mar.
Por orden de aparición en la historia evolutiva, esos tres cerebros son: primero, el reptiliano, a continuación el límbico y por último el neocórtex .


Es importante observar como la evolución no ha desechado lo que fue desarrollándose a lo largo de la historia. De forma que las adquisiciones del reptil permanecen casi idénticas en nuestro cerebro y comprenden el sector inferior del sistema nervioso. De ahí, millones de años después, alrededor del tallo encefálico se desarrolló el denominado sistema límbico, que es el centro encargado de albergar las emociones, tales como, la rabia, el miedo, el amor,… y posteriormente el neocórtex, al que denominamos cerebro pensante.


Pongamos por ejemplo a María, se encuentra con ansiedad, ha perdido en el último año a una persona cercana, lo que le está produciendo malestar físico. Estas emociones actuales conectan con las albergadas en sus primeros años de vida, en los que perdió a su abuelo y sintió abandono. Si esto se repite y no lo resolvemos, posiblemente nuestro cuerpo se resienta y busque un camino de salida de esas emociones, a través de la enfermedad.


Por tanto, es en todo ese período de la infancia, en el que se centra y trabaja la Terapia de Consciencia Emocional (TCE)

¿Cómo resuelve la TCE ese proceso emocional, que parece automático y fuera de control?

La TCE trata de buscar el origen de esa emoción dolorosa, integrarla, transformarla y desactivarla, buscando los momentos gratificantes y reforzándolos. Lo resuelve a través de vivenciar –ver y sentir- de nuevo los hechos concretos causantes de esa respuesta negativa, almacenada en nuestra psique y aparentemente olvidada. Para ello basta con llevar al paciente, a través de lo que denominamos un Estado de Conciencia Emocional, que equivale a una profunda relajación, a un estado de percepción emocional, consecuencia de la bajada de frecuencia de los ritmos cerebrales que conlleva la relajación.
Así, las emociones actuales que nos enferman, podemos verlas como una oportunidad de autoconocimiento y de crecimiento personal, responsabilizándonos y comprendiendo el mensaje que nos quieren transmitir.

Abrir chat
Escríbeme un Whatsapp :-)
¿En qué puedo ayudarte?